Un matrimonio francés se muda a una zona rural de Galicia… solo para descubrir que están a punto de “desruralizarla” construyendo un gran parque eólico. Se oponen, claro, y se ganan la animadversión de unos cuantos lugareños que ven truncados sus sueños de otro modo de vida.
Un drama rural, negro, negrísimo, a medio camino del retrato-crítica costumbrista y la película de horror. Los actores están todos magistrales, y la tensión creciente entre sus personajes se sale de la pantalla. Solo la escena del bar merecería que se premiase a todos. Y a la película. Y, por supuesto, al director.
Me he animado a escribir la reseña por alguna negativa que he visto, que me parece muy injusta. Injusta desde un punto de vista objetivo: la película no tiene ningún pasaje “pretencioso”, y es evidente que en los cines la acogimos (el público) muy bien. Tampoco es que el final no se entienda. Lo que no entiendo es ese nivel de bilis con la que, a mi juicio, es objetivamente la mejor película española del año.
Sí. No es para todo el mundo. Es una película de esas que se toman su tiempo y no van a lo fácil. De las que hay que mirar dejándose llevar… pero que calan hasta el fondo. No sé. Como si “la bruja” y “la familia de Pascual Duarte” hubieran tenido un niño.
Dicho esto, las cinco estrellas que le pongo no son para compensar. Es que, en mi opinión, merece las cinco. Y porque no hay más.